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por | Jul 26, 2022 | DOCUMENTOS | 0 Comentarios

DE MIS IMPUESTOS A LAS IGLESIAS CERO

Este documento elaborado por AMAL(Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores) a partir del Anuario de la Laicidad en España 2011, de la Fundació Ferrer i Guàrdia, es difundido y suscrito por la UAL en todos sus extremos.

Martes 18 de octubre de 2011 DE MIS IMPUESTOS A LAS IGLESIAS CERO
La Iglesia Católica recibe al año 11.000 millones de las arcas públicas

Miles de millones en donaciones, subvenciones, impuestos, cesión de terrenos y otros privilegios, sin explicaciones y en mitad de una absoluta opacidad. Así son las cuentas de la Iglesia católica en España, según recoge el Anuario de la Laicidad en España 2011, de la Fundació Ferrer i Guàrdia, que se presentó en el Ateneo de Madrid a finales del mes de Mayo del presente año. Resumen confeccionado por AMAL, Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores.

El IRPF, las exenciones tributarias y otras prebendas.

249 millones: Asignación IRPF
La Iglesia destina la asignación del IRPF íntegra a la financiación del culto y el clero.
Hay que recordar que esta cantidad que se indica en la casilla de declaración ante Hacienda, no es una cantidad adicional que pagan los católicos. Por el contrario esta cifra se detrae de las inversiones en lo público, dedicándose en exclusividad a la financiación del culto religioso.

80 millones: “Otros fines”
Es la parte que recibe de la casilla “otros fines” del IRPF. Va a diferentes proyectos de instituciones católicas.

2.000 millones: Sin impuestos… más la subida del 0.55 % al 0,7 %
Es el ahorro por la exención del pago de impuestos como el del IBI, el de patrimonio, licencias de obras… La iglesia católica estaba exenta de I.V.A., pero la Comunidad Económica Europea obligó a eliminar este privilegio, considerando que la Iglesia Católica era una empresa privada. Zapatero para compensarla les subió del 0,55 % al 0,7 %, por lo que cada vez que pagan el I.V.A, realmente lo pagamos nosotros.

4.600 millones: Profesores y conciertos
Recibe del Estado para pagar a los 16.000 profesores de religión de los colegios públicos y financiar centros concertados.

3.200 millones: Atención sanitaria
Para financiar tanto dispensarios y centros para transeúntes, como hospitales y centros de salud dirigidos por órdenes religiosas.

25 millones para funcionarios
Le entrega el estado para el pago del sueldo de los religiosos que ejercen como capellanes en cárceles y cuarteles.

500 millones: Monumentos
Es el dinero que recibe para financiar las labores de conservación del patrimonio artístico propiedad de la Iglesia

290 millones: Eventos locales
Subvenciones para abonar los gastos de eventos religiosos y asociaciones de ámbito local

100 millones: Jornada de la juventud
Es el dinero que, según las previsiones, costará al erario público las Jornadas de la Juventud que se celebraron este verano en Madrid.

Suman más de 11 millones de euros.
Una media de 250 euros por habitante que, sea o no creyente, ve cómo esta importante cantidad se extrae de los presupuestos de las distintas administraciones públicas (Estado, comunidades autónomas, diputaciones y ayuntamientos). A esta cifra sería necesario añadir las aportaciones, más pequeñas, a otras iglesias.

¿Para que se utiliza ese dinero?

AMAL denuncia qué tanto la jerarquía de la Iglesia como las organizaciones católicas financiadas a través de los supuestos fines sociales, “dedican gran parte de sus recursos a sufragar costosas campañas para promover la represión sexual, la discriminación por razón de género u orientación sexual, contra la libertad de la mujer, contra los avances científicos o contra la eutanasia y la muerte digna”. De la misma manera utiliza su poder económico para influir mediante sus lobbies en el aparato del Estado, es decir, en los poderes legislativo, judicial y ejecutivo.

En definitiva para organizar campañas políticas que impidan que nuestro país se desarrolle y progrese en consonancia con los avances en los derechos de los ciudadanos/as, culturales y científicos.

Hay que indicar, una vez más, que es el Estado es el que debe cumplir con dar cobertura a las necesidades sociales y no delegar subsidariamente en ninguna organización privada. En cualquier caso y si de forma puntual y temporal fuese necesaria esa actuación privada, esta tendría que tener las mismas reglas del juego que cualquier ONG, es decir su prestación debería cumplir:

A.- No desarrollar ninguna ideologización religiosa, sexista, homófona o antidemocrática.
B.- Presentar un proyecto, que sea evaluado según normas, aprobado en consideración de su necesidad e importancia y, al ser con dinero público auditado una vez desarrollado.

Desde una perspectiva de un Estado Laico proponemos diversas alternativas:

1.- Anulando las subvenciones a la Iglesia no sería necesaria la ampliación de la jubilación a los 67 años.
2.- Según Izquierda Unida se podrían crear 400.000 puestos de trabajo.
3.- No sería necesario recortes sociales en:

Educación2.840,58   8,1 %
Sanidad4.254,49   8,2 %
Pensiones1.500   congelación
Servicios Sociales y promoción social2.515,58   8,1 %
Acceso a la vivienda y fomento
de la edificación de protección pública
1.209,66   19,3 %

Total: 12.320,31 €

No se tiene en cuenta los recortes que de manera adicional ejecutan algunas autonomías, ni tampoco la proyección al presupuesto del año 2012.

Las cifras son claras y por esta situación AMAL inicia una campaña de información y denuncia, con el objetivo de coordinar con los ciudadanos, la EXIGENCIA DE LA INMEDIATA ANULACIÓN DE ESTA FINANCIACIÓN A LAS IGLESIAS.

Sesenta años del Vaticano II, el Concilio que quiso cambiar la historia de la Iglesia pero la dividió en dos

El papa Juan XXIII preside la ceremonia inaugural del Concilio Vaticano II en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano.
El papa Juan XXIII preside la ceremonia inaugural del Concilio Vaticano II en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano. EFE/Archivo

Jesús Bastante

en religiondigital.com — 14 de octubre de 2022 22:32h
Actualizado el 15/10/2022 09:09h 

“Hay católicos que prefieren ser hinchas del propio grupo más que servidores de todos. Progresistas o conservadores antes que hermanos y hermanas, de derecha o de izquierda más que de Jesús”. El papa Francisco lanzó esta semana un lamento ante los católicos que, especialmente desde el Concilio Vaticano II, han cambiado el Evangelio por la ideología y han creado una religión basada en el poder y el control. Nada nuevo bajo el sol a lo largo de dos milenios de historia de la Iglesia, en la que el Concilio Vaticano II, de cuya apertura se cumplen esta semana 60 años, no fue sino un paréntesis.

El papa llama a evitar la «polarización» y los «venenos» en la Iglesia

SABER MÁS

Bergoglio parece empeñado en resucitar ese paréntesis con un camino sinodal, pero se encuentra enfrente con los sectores ultraconservadores de la Iglesia.

¿Está solo el papa Francisco en la defensa de una “Iglesia  libre y liberadora”, como señaló este lunes, en la misa en recuerdo de la apertura, por parte de Juan XXIII, del último concilio en la historia de la Iglesia? ¿O, como él mismo asegura, la institución ha sucumbido a “la tentación de la polarización”?

60 años después, el Concilio es un absoluto desconocido para la gran mayoría de creyentes, especialmente en Europa y Latinoamérica. En su día supuso una apertura inédita de la Iglesia católica tras las dos guerras mundiales que devastaron Europa, y una búsqueda de la unidad perdida después del Concilio de Trento (1545-1563), que consagró la ruptura con la reforma de Lutero. La ‘restauración’ ordenada por el aparato curial de Juan Pablo II y Benedicto XVI volvió a forjar una Iglesia de prohibiciones y castigos, alejada de la búsqueda de la fraternidad, la escucha y la aceptación de los “signos de los tiempos”, como anhelaba Juan XXIII cuando abrió el Concilio.

¿Un Concilio frustrado?

Francisco intenta resucitar el espíritu del Concilio de hace seis décadas al convocar un sínodo mundial en el que –en principio– se puede hablar de todo: ordenación de mujeres, matrimonio gay, apertura a otras confesiones, fin del celibato obligatorio o una Iglesia más participativa.

Aquel Concilio terminó por quedar afeitado por los sectores más reaccionarios. Tras la sorpresa inicial, lograron mantenerse al mando de una Iglesia que, pese a aceptar grandes cambios en su época (desde la liturgia en las lenguas vernáculas al fin de las misas en latín y de espaldas al pueblo, pasando por dejar de considerar a los judíos como el pueblo culpable de la muerte de Jesús, o aceptar la laicidad como una realidad en los estados modernos), comenzó a trabajar por demolerlos o, en su defectos, meterlos en el congelador.

El papa Francisco preside una Misa en la Basílica de San Pedro por el 60 aniversario del Concilio Vaticano II este martes. EFE/EPA/ANSA/CLAUDIO PERI

Así, tras Juan XXIII y Pablo VI (quien advirtió que ‘el diablo’ se había introducido dentro de los muros vaticanos, y quien estuvo a punto de aprobar cuestiones todavía hoy polémicas en la Iglesia como la píldora abortiva o la paternidad responsable, que Francisco está tratando de recuperar), el larguísimo papado de Juan Pablo II y su política condenatoria de los teólogos progresistas y de cesión ante los grupos que no aceptaron el Concilio, o lo hicieron con la boca pequeña, trazó una hoja de ruta para bloquear los cambios aprobados por el Vaticano II.

De esta manera, grupos neoliberales como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei alcanzaron inusitadas cotas de poder que ni los escándalos de sus líderes (Maciel es uno de los mayores depredadores sexuales conocidos en la Iglesia contemporánea, y tanto la beatificación como la canonización de Escrivá de Balaguer fueron puestas en cuestión por buena parte de los creyentes) pusieron en discusión.

Junto a ellos, sumando más influencia cada día, grupos cismáticos como los lefebvrianos y otros, desde la oficialidad de la institución, potenciaban una Liturgia netamente conservadora y una doctrina de moral sexual y familiar que echaba por tierra los principios planteados por el Concilio.

Cambiar el rumbo de la Iglesia, ¿misión imposible?

Para el teólogo Félix Placer, la convocatoria del Concilio en los años sesenta del siglo XX “puso en pie de guerra a la dominante ala conservadora que, alarmada por aquella decisión personal del Papa, podía cambiar el rumbo de la Iglesia”. No lo lograron en un principio, y el Vaticano II “fue una asamblea sorprendentemente abierta al mundo”, sin “definiciones dogmáticas” y que consagró un “cambio copernicano: del ‘Fuera de la Iglesia no hay salvación’ se pasó al ‘Fuera de los pobres, no hay salvación’”.

Sin embargo, “a los pocos años, una sensación de frustración comenzó a sentirse ante el sesgo dominante que tomaba la línea del sector conservador que, liderado por la Curia romana y sectores jerárquicos reticentes a las reformas conciliares, trataba de reorientar las pautas conciliares hacia planteamientos preconciliares”, hasta el punto de que el teólogo Hans Küng llegó a hablar de “traición al concilio”.

La Iglesia, en expresión de Karl Rahner, otro de los grandes promotores del Concilio, se retiró “a los cuarteles de invierno”, huyendo de la primavera conciliar, y las reformas estructurales regresaban a la primacía de la Curia. Algo que, aún hoy, no ha cambiado, y que supone uno de los grandes desafíos del papa Francisco.

“El prolongado pontificado de Juan Pablo II y el de su sucesor Benedicto XVI no llevaron a cabo, con todas sus consecuencias, las reformas y líneas que el Concilio Vaticano II había propuesto”, lamenta Félix Placer, quien denuncia cómo “las ilusiones de muchas personas que esperaban ver realizados sus anhelos de una Iglesia pobre, servidora de los pobres, renovada en sus estructuras e implicada en compromisos liberadores de los pueblos quedaban marginadas, aunque mantenían viva su esperanza”.

Para el teólogo José María Castillo, “el concilio Vaticano II fue, por desgracias, un enfrentamiento entre la eclesiología renovadora y la conservadora”. Un conflicto que, añade con cierto pesimismo el veterano jesuita, “hizo imposible que la Iglesia diera a este mundo la solución que necesita”.

Un Iglesia dividida en dos bandos

Por su parte, Isabel Gómez Acebo reivindica cómo “por primera vez, en el Concilio se admitieron algunas mujeres en el aula conciliar, sin voz ni voto”. También “se colocó el acento en el pueblo de Dios, se invitó a ver en otras personas y otros credos las semillas de Dios, se pidió que la Iglesia no se enfrentara a los signos positivos que pudiera mostrar el mundo moderno…” pero, tras la muerte de Juan XXIII, sostiene, “la Iglesia se ha dividido en dos bandos, ambos queriendo ser los auténticos defensores de las ideas del concilio”.

De un lado, “la facción liberal”, que “vio un comienzo al desmantelamiento del poder autoritario de las estructuras eclesiásticas para ser más cercana a la vida de los católicos inmersos en el mundo y prepararse al fin de la cristiandad de manera de ser más celosos en defensa de nuestra religión y sus valores”. El otro lado, “el ala tradicional”, que “no ve más solución, ante el mundo materialista, que ofrecer nuestra contracultura que se extiende a lo largo de dos mil años del cristianismo”.

La teóloga, con todo, se muestra optimista ante las reformas de Francisco, que “tiene la idea de que la misión de la Iglesia es acompañar a las personas con indiferencia de su cultura, estado civil o inclinación sexual, pues todos están llamados a ser cristianos y tienen que ser agentes en la evangelización de un mundo que se proclama ateo”.

Para Josep Miquel Bausset, monje de Montserrat, con sus dudas, pasos cerrados y restauración posterior, el Vaticano II “abrió la Iglesia al pluralismo y al diálogo interreligioso” y “despertó la ilusión” de muchos creyentes

“El Concilio fue el inicio de un camino de esperanza y de comunión y un impulso y un fermento en la vida eclesial. El Vaticano II fue también un camino que abrió la Iglesia al pluralismo y al diálogo con el mundo. No un camino de un uniformismo estéril, ni de posturas de confrontación, de nostalgias y de miedos”, recalcó.

Para el jesuita José Ignacio González Faus, “ninguna revolución es instantánea, tampoco la del Concilio”. El escritor, que vivió ilusionado los primeros pasos del Vaticano II, aprendió pronto que “estas grandes luces son solo momentáneas”. “Ver a aquellos señores con sus vestimentas tan ridículas y sin darse cuenta de su ridiculez, me hizo pensar también que las cosas iban para largo”. Sesenta años después, el tiempo le ha dado la razón.

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