La ofensiva simultánea contra la amnistía se produce justo cuando el tema está al
rojo vivo. Aunque, en realidad, las voces críticas ya habían empezado a oírse en
septiembre, cuando César García Magán, portavoz y secretario general de la
CEE, dijo que no había nada «excepcional» que justifique una amnistía. Tras un
rumor de desacuerdo llegado desde el episcopado catalán, que pidió «neutralidad»,
parecía que la cúpula eclesial ponía en práctica una de sus artes: correr un tupido
velo sobre un asunto incómodo. Hasta que Sanz, Munilla y compañía salieron en
tromba. ¿Y en defensa de la amnistía? Nada. Tampoco el presidente de la CEE, Juan
José Omella, al que se considera defensor de una salida dialogada en Cataluña. Lo
más ecuánime han sido las palabras del arzobispo de Madrid, José Cobo, que dijo
este miércoles en una homilía por La Almudena que «la convivencia es diálogo y
discusión amable».
Un próximo a un obispo moderado señala que, aunque es previsible que la CEE no
se pronuncie sobre la amnistía en su asamblea del 20 de noviembre, «a la sociedad
ya le ha llegado el mensaje de que la Iglesia está contra la amnistía», lo cual es «un
éxito» del ala conservadora. ¿Es mayoritaria? «Parece que sí, y desde luego tiene
menos complejos para hablar», responde.
Ángel Luis López Villaverde, profesor de Historia Contemporánea, señala que la
tendencia de la cúpula eclesial a ver en peligro la nación española obedece a una
«reminiscencia nacionalcatólica». A juicio del autor de El poder de la Iglesia en la
España contemporánea (Catarata, 2013), la socialización en el nacionalismo
excluyente de la mayoría del alto clero ayuda a entender su mayor afinidad con la
derecha no sólo en los temas habituales en los que la Iglesia toma partido –
educación, aborto, familia–, sino también en los temas nacionales.
Así que se dan dos fenómenos. Por un lado, una oposición sistemática de la
jerarquía católica a la legislación progresista en numerosos ámbitos. Por otro, una
inclinación, en los temas que provocan grandes controversias nacionales, al
alineamiento con la derecha. Y no se trata de fenómenos nuevos. Son, más bien,
toda una tradición de quienes mandan en la Iglesia española, tradición que con la
amnistía está siendo honrada de nuevo.
Más de cuarenta años de marcaje
Limitando el arco temporal al periodo democrático –dejando pues de lado la
actividad de la Iglesia contra la República y a favor del golpe de 1936, el bando
nacional y el franquismo–, el historial de encrucijadas en las que la jerarquía ha
guerreado contra la izquierda es interminable. En realidad, nunca ha habido excesivo
disimulo sobre la falta de neutralidad no ya de las ideas, sino de las adhesiones.
La línea de marcaje a la izquierda la fijó Juan Pablo II en cuanto el PSOE tocó
poder. Cuando se produjo la primera victoria de Felipe González, el 28 de octubre de
1982, Wojtila ya tenía organizada su primera visita a España para el día 31. Sólo tres
días después. Fue una demostración de fuerza, con el papa rodeado de la cúpula
católica española y una multitud de fieles. Todo un aquí estamos de la Iglesia, que
trataba de minimizar su pérdida de influencia en el rumbo del país con la llegada de
la democracia. Atención a lo que ha explicado José María Maravall, ministro de
Educación con González, sobre cómo veían los prelados su relación con el poder
político en los 80: «A los pocos días de entrar en el ministerio, recibimos la visita de
los obispos, que nos trajeron impresos en un característico papel sepia los decretos
que teníamos que firmar. Así se gestionaba la educación en España en 1982″.
La etapa felipista ofreció a aquella institución malacostumbrada por décadas
La Iglesia vuelve a ejercer con la amnistía su histórico papel de aliada dela derecha en los momentos clave