La obsesión evangélica con la guerra entre el Bien y el Mal se extiende por la derecha española
- Ayuso copia los esquemas narrativos de los integristas que se han adueñado del Partido Republicano de Estados Unidos, para los que la izquierda pone en riesgo la esencia y continuidad histórica de la nación
Isabel Díaz Ayuso durante una intervención en un acto en Majadahonda (Madrid). Europa Press
15 de mayo de 2023 19:49h Actualizado el 16/05/2023 10:41h
Quienes leen estas líneas recordarán a Yadira Maestre, aquella evangélica colombiana que la montó en un acto del PP. Sus alertas contra el demonio, sus sanaciones milagrosas, sus bendiciones para Feijóo y Ayuso, en general toda aquella mezcolanza de ideas políticas y religiosas llamó nuestra atención. Los dirigentes del PP se incomodaban dando explicaciones. Apostaría a que no va a ser usual que el PP pueble sus atriles de evangélicos extáticos. No creo que haya muchas más yadiras en actos del PP. Astracanadas así no salen a cuenta. Ahora bien, eso no significa que el evangelismo exaltado no esté calando en la derecha española. Lo está haciendo y a fondo. Pero no de esa manera. Para calibrar el grado de penetración del evangelismo radical en la derecha española hay que mirar menos a Yadira o a las organizaciones de inspiración yunquista que hacen oír sus disparates y más a Isabel Díaz Ayuso, por más que la presidenta madrileña ni siquiera profese esta religión. Para entenderlo hay que centrarse menos en el qué religioso y más en el cómo narrativo.
Importación del evangelismo blanco de EEUU
España es hoy un país mayoritariamente secularizado, donde aquello de pegar voces contra Satanás con la mirada perdida tiene un público minoritario y desconectado no ya del ideario progresista, sino de la propia modernidad. Escarmentada por una larga dictadura nacionalcatólica, la sociedad española, incluso la que se reconoce cristiana, ve la mezcla del discurso religioso con el político como un resabio de tiempos superados. Así que diría que Maestre, más que categoría, es anécdota: un imprevisto en un acto concebido para atraer voto latino. Entonces, ¿no ha habido un estrechamiento de la ligazón entre el PP y el evangelismo? Sí. Como decía antes, sí que lo ha habido.
Pero se trata de una penetración más profunda, que no lo es tanto a los representantes de esta religión en España como a los esquemas narrativos, el tono y los temas con los que el evangelismo ha logrado dominar la política estadounidense (y aspira a hacer lo mismo con la latinoamericana). La importación de este repertorio no es un asunto menor. El empeño a lo largo de más de cinco décadas de la influyente familia política y religiosa del evangelismo blanco ha conseguido nada menos que sustituir el tradicional eje republicanos/conservadores contra demócratas/liberales por uno más sencillo, divisivo y brutal: el Bien contra el Mal.
El abrazo de las dos familias
La historia de este triunfo ideológico comienza entre los 60 y los 70. La América conservadora, herida por las protestas contra la guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles, se encontró con que empezaban a llegar ecos del 68 francés. En 1969 se producen los disturbios de Stonewall. Ese mismo año Gloria Steinem publica After Black Power, Women’s Liberation. Traducido:después del poder negro, la liberación de las mujeres. Los avances igualitaristas se sucedían. La sentencia del Supremo por el caso Roe Vs Wade a favor del derecho al aborto se produjo en 1973, el mismo año en que la Asociación Estadounidense de Psiquiatría excluyó la homosexualidad de su lista de patologías. Todo iba muy deprisa. Para algunos, demasiado deprisa.
Para afrontar un desafío de ese calibre la derecha made in USA tenía un problema: no estaba unida. Había en su seno dos corrientes. La primera era la neoliberal, distorsión del liberalismo clásico que reduce su doctrina al Estado mínimo. La segunda era la neoconservadora, derivación reaccionaria del viejo conservadurismo biempensante. Las logró unir en una misma papeleta Ronald Reagan. El presidente cowboy fabricó con todas las corrientes progresistas del país un un espantajo comunistoide e inmoral que resultó perfecto para hacer de enemigo común de ambas derechas. Desde entonces la derecha ha contado con una fórmula competitiva en la repetición incesante de un catálogo de ideas tan simples como eficaces: la nación está en peligro, la familia está amenazada, el comunismo viene a por ambas.
La síntesis final es que la izquierda no es sólo una opción peor, sino que es enemiga de todo lo sagrado, bueno y nacional. El corolario inevitable es que su ejercicio del poder es ilegítimo. Porque lo que se libra no es ya una batalla izquierda-derecha, sino una batalla entre el Bien y el Mal, entre patriotas y antipatriotas, entre la libertad y el comunismo. El mal supremo es el gasto social y los impuestos que esta exige, porque asfixian a la sagrada institución de «la familia». Ese es hoy el marco del debate público en USA. Pero no sólo allí. Con poco más que eso y muchos medios repitiéndolo hay nacionalpopulistas haciendo fortuna en todo el mundo.
La alumna más aplicada
Ayuso es en España la alumna más lúcida extrayendo lecciones de EEUU. Obviamente, sabe el suelo que pisa, sabe que no es lo mismo Madrid que Oklahoma. Este es un viejo país europeo de tradición católica, con una Iglesia jerárquica en la que manda el papa. La doctrina es rígida. Aquí no existe, como en EEUU, toda esa miríada de parroquias a su bola, cada una con su alucinada interpretación de la Biblia («¡Dios quiere que llevemos armas!», «¡Jesús dijo no a los impuestos!»). Claro que aquí también hay integristas y radicales, pero estamos lejos del nivel de febrilidad de EEUU y la coalición entre pensamiento religioso y conspiranoico aún no ha alcanzado los niveles delirantes del país de Qanon. Por eso Ayuso se cuida de parecer una predicadora.
Pero, dejando esta precaución aparte, su discurso no hace sino calcar las fórmulas ayer reaganistas y hoy trumpistas que apasionan a los evangélicos. Son las mismas, pero con las cruces y las biblias tapadas. ¿Un ejemplo? «Presidente, líbranos del mal», le pedía a Feijóo hace unos días. La jefa del Ejecutivo madrileño no necesita acudir a las Sagradas Escrituras ni repetir letanías con los ojos cerrados para beneficiarse de las mismas tácticas que el sector duro del republicanismo en Estados Unidos. Sus planteamientos son idénticos. Del «comunismo o libertad» ha pasado al «o Sánchez o España». Si Obama o Biden son presentados como comunistas acólitos del Mal infiltrados en suelo americano, Sánchez no es en esta narrativa sólo un presidente ruinoso, sino algo más oscuro e inquietante. «Desde 1977 –recita Ayuso– los españoles nunca nos hemos jugado tanto en unas elecciones. Ni España ni las familias resistirían ya una nueva legislatura de Sánchez. Lo que está en peligro en España es nuestro país tal y como lo conocemos. O Sánchez o España».
Un cuento de base religiosa (sin la narración en la portada)
Ayuso no usa un discurso estrictamente religioso, pero sí uno que recurre a la estructura de la narración religiosa clásica para otorgar una dimensión sagrada a la misión que se ha encomendado a sí misma. Como ayer Reagan, como Trump hoy. Así la presidenta se ha convertido en la figura de referencia de todo un sector de la derecha a la que no le basta con que le prometan mejor gestión. Quiere épica. Y para construir ese marco épico Ayuso y sus medios copian todo el repertorio de obsesiones y fetiches de la derecha republicana más exaltada: la cultura de la cancelación, que hace que la pobre gente de derechas con cristiano sentido común ya no pueda casi ni hablar; el adoctrinamiento en las aulas, clave para identificar otro bien sagrado bajo amenaza, nuestros indefensos niños; la terrible amenaza de la «justicia social», engañifa tras la que se aposta el diablo comunista (y a la que ha sucumbido, recuerdan los más cafeteros, incluso el papa Francisco, bajo sospecha de ser un agente infiltrado).
La lideresa madrileña se aproxima a la cuestión religiosa en clave cultural, con una defensa de la «civilización occidental», que estaría amenazada por el multiculturalismo en toda Europa. Es su forma de decir sin decir que Europa es cristiana y que la inmigración musulmana distorsiona su naturaleza. Con esos términos la presidenta evita incurrir en tosquedades xenófobas como el muro que propone Vox en Ceuta y Melilla o el discurso inhumano contra los «menas». Es más, Ayuso sabe sortear incluso posiciones sobre temas clave para el votante religioso que podrían ser tachadas de reaccionarias. Así ha adoptado posturas ambivalentes sobre el aborto, la gran línea roja de los integristas. No importa. La pureza religiosa no es la clave de esta ofensiva. No lo es en EEUU, mucho menos aquí. Como ha explicado el politólogo Roger Senserrich, el trumpismo no es un logos, es un ethos, es decir, es más una actitud que un programa, más un cómo que un qué. El trumpismo allí, como el ayusismo aquí, es una ideología de glorificación de un líder providencial que ante todo ofrece beligerancia. Eso es una oferta imbatible en la era de la polarización.
En busca de un líder (o lideresa) para dar la batalla
Una importación del trumpismo a España que pretenda ser eficaz requiere, más que aceptar las posiciones más duras sobre el aborto o la inmigración, alimentar la idea de que España está bajo asedio enemigo y hay que ir a la guerra para defenderla. Lo imprescindible es difundir que ante el desafío histórico al que se enfrenta España no basta con un conservadurismo compasivo que en el fondo acepte algunos dogmas buenistas sobre la diversidad territorial o el Estado del bienestar. Eso sería, como dice Losantos, el más enamorado de los enamorados de Ayuso en el mainstream mediático, heredar el poder y no conquistarlo. Es necesario, para ganar de verdad, dar una «batalla cultural» para que la victoria no se produzca sólo en las urnas, sino en las mentes, donde es irreversible.
Si por donde mejor se agarra al votante español de derechas es por la bandera, es lógico que el discurso más empleado por Ayuso y su claque sea el de la nación en peligro. Es un recurso que da mucho juego a cualquier líder populista. Porque, por supuesto, para defender a la pobre patria bajo asedio hace falta un líder fuerte. Alguien dispuesto, incluso, a mancharse las manos. Así es la guerra. En Estados Unidos ese hombre, el que entusiasma a los evangelistas que llevan medio siglo alentando la narración del Bien contra el Mal, es Donald Trump, precisamente la antítesis del cristiano devoto, un sinvergüenza cuyo único templo ha sido la discoteca Studio 54. El pastor Robert Jeffress, uno de los más influyentes de Estados Unidos, dio una explicación cruda sobre esta aparente contradicción: “Quiero [como presidente] al hijo de ya sabes más malvado y duro”. Ese es Trump en Estados Unidos.
Como explica Kristin Kobes Du Mez en Jesús y John Wayne. Cómo los evangélicos blancos corrompieron una fe y fracturaron una nación, esta religión ha roto con su acervo de valores solidarios para exaltar sólo la grandeza de la nación, la tradición, el orden, la disciplina y el individualismo. En el plano religioso, explica Du Mez, el «Jesús de los Evangelios» ha sido «reemplazado por un Cristo guerrero vengador». En el plano político, el conservador tradicional ha sido reemplazado por el guerrero cultural. Aquí Ayuso reclama ese papel y eleva la beligerancia de su discurso.
Es posible que los pensadores del PP hayan concluido que al partido le salen las cuentas. Si Feijóo achica espacio a Vox entre la derecha pragmática, Ayuso lo estrecha entre la más ardorosa. El problema es que los electorados se acostumbran y se amoldan. Si el PP acepta –como lo está haciendo– que este 2023 no hay en juego ayuntamientos y diputaciones y escaños en las Cortes sino la continuidad histórica de la nación, si acepta –como lo está haciendo– que Sánchez es una personificación del mal, si acepta –como lo está haciendo– el listón de Ayuso, ya no podrá bajarlo de ahí. Lo hemos visto en Estados Unidos, donde el partido de Abraham Lincoln es hoy un despojo irreconocible entregado a la paranoia nacionalista, el moralismo reaccionario y el fanatismo económico. Feijóo debería saber que Ayuso no sueña con una España parecida a Galicia, sino a Florida.