- En 1956, una secta predijo el fin del mundo. El psicólogo Leon Festinger se infiltró en ella para saber qué ocurriría cuando su profecía no se cumpliese. El resultado: sus seguidores siguieron creyendo lo mismo y eso le sirvió para lanzar su teoría de la disonancia cognitiva, que nos ayuda a entender cómo nos engañamos a nosotros mismos
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17 de febrero de 2024 22:13h
Actualizado el 18/02/2024 05:30h
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1956, Chicago. Una secta llamada Los Buscadores, guiada por Marian Keech (nombre inventado), se prepara para el fin del mundo, que llegaría el 21 de diciembre de ese año a través de una enorme inundación. Los integrantes del grupo dejan sus trabajos, rompen relaciones con no creyentes y se sienten privilegiados porque van a ser rescatados por alienígenas. Llega el 21 de diciembre, pero nada de eso pasa: el mundo sigue y la profecía no se ha cumplido. Lo normal sería pensar que rompieron sus creencias y se replantearon en qué habían basado toda su vida. Pero ocurrió justo lo contrario: siguieron creyendo de manera más férrea. Puede ser sorprendente, pero no es raro. Y a ti también te podría pasar.
La pseudociencia entra en el Congreso de México con la forma de dos falsos alienígenas
La historia de la secta apocalíptica sirve para explicar qué ocurre cuando nuestras creencias entran en conflicto con nuestros actos, algo que nos genera una sensación de incomodidad mayor o menor, según lo central que sean para nosotros esas convicciones. El psicólogo social Leon Festinger (1919-1989) y su equipo propusieron un término para entender este proceso: la disonancia cognitiva.
Una persona con una creencia es una persona difícil de cambiar. Dile que no estás de acuerdo con ella y te evitará. Muéstrale hechos o cifras y cuestionará tus fuentes. Apela a la lógica y no entenderá tu punto de vista
Leon Festinger
Esto responde a por qué algunos negacionistas se empeñan en pensar que la Tierra es plana, pero también a por qué tu cuñado sigue insistiendo en que la okupación es un problema mucho mayor de lo que es en realidad, incluso cuando se encuentra con datos que lo desmienten, o por qué hay gente que no vacuna a sus hijos. El psicólogo y divulgador Ramón Nogueras, autor de ‘Por qué creemos en mierdas’, lo resume: “Una vez formada una opinión no la movemos ni a tiros: da igual la evidencia que nos pongan delante”.
Los sesgos de confirmación
Lo lógico, indica Festinger en su libro When Prophecy Fails (Cuando las profecías fallan), para aliviar ese malestar generado por la disonancia sería cambiar nuestra conducta o nuestras creencias, pero lo normal es que nos mantengamos en nuestras posiciones. “Las creencias que tenemos, nuestras reglas que nos explican cómo comportarnos y cómo funciona el mundo, son una parte esencial de nuestra identidad”, explica Nogueras. Y cuando estas chocan con la realidad, “es un golpe durísimo que tratamos de compensar mediante diferentes estrategias”.
Volviendo al ejemplo de Los Buscadores, ellos cambiaron radicalmente sus vidas porque el mundo se iba a acabar. Cuando un hecho objetivo (que el mundo continuaba) confrontó de lleno sus convicciones, se generó esta disonancia que resolvieron pensando que, o bien la fecha estaba equivocada, o había sucedido algo que había impedido que los OVNIs vinieran a por ellos, o incluso algunos pudieron llegar a pensar que la líder de la secta no era la elegida. Cualquier cosa, pero no dejaron de creer en lo que ya creían, de alguna u otra manera.
Si una información te provoca una emoción intensa, probablemente está diseñada para eso
Ramón Nogueras
Si la información nueva que se presenta concuerda con lo que ya pensamos, la adaptaremos como útil. Pero si no, la ignoraremos o incluso nos servirá para reafirmarnos. Tal y como indica en su publicación Nogueras, esto se llama sesgo de confirmación y es la solución que encontramos a esa disonancia cognitiva.
Más allá de sectas: tan plana como un encefalograma
Pero no era la primera vez que algunos ‘buscadores’ se relacionaban con el esoterismo o tendían a poner en duda evidencias establecidas. Muchos, por ejemplo, venían de la Cienciología, una religión clasificada como secta en diferentes países. Nogueras argumenta que este tipo de creencias suelen venir en pack, pero ¿hay un perfil negacionista per se?
No parece existir un perfil de personalidad, explica el divulgador, aunque “la impulsividad podría influir en nuestra facilidad para creer en estas cosas”. Una persona impulsiva tenderá a tomar decisiones rápidas sin pensar demasiado, lo que deja un hueco enorme que puede ser llenado con pseudociencias.
Si la información nueva que se presenta concuerda con lo que ya pensamos, la adaptaremos como útil. Pero si no, la ignoraremos o incluso nos servirá para reafirmarnos
En la larga lista de convicciones que llevan la contraria al consenso científico, una especialmente ayuda a comprender cómo funciona la disonancia cognitiva: el terraplanismo. En 2018, se estrenó el documental Behind the curve (Tan plana como un encefalograma), en el que se hablaba con diferentes expertos del campo de la psicología y psiquiatría para entender los planteamientos de los grupos terraplanistas de EEUU. Pero lo más interesante sucede justo al final (alerta spoiler).
Para demostrar su hipótesis, diseñan un experimento. En un lago, colocan una cámara en un extremo y en el otro, una linterna. En medio, varios paneles a la misma altura sobre el nivel del mar con un agujero en el medio sobre los que pasaría la luz del foco. Si la Tierra es plana, como ellos defendían, la luz incidiría de manera directa atravesando los agujeros hasta ser recibida por la cámara, sin necesidad de que la persona que sujeta la linterna la levante. Pero si no lo es, debido a la inclinación natural del globo, la linterna sí debería alzarse (salvando la curvatura natural de la Tierra) para poder incidir en el extremo del lago.
Como era de esperar, la luz no impacta de manera recta, el que sostiene la lámpara debe subirla por encima de su cabeza y los experimentadores se quedan atónitos, no entienden nada. “Esto es interesante”, es lo único que logran decir, una y otra vez. Después, repiten el experimento de diferentes maneras y buscan justificaciones de lo sucedido: aceptar la realidad sería aceptar que lo que han creído durante años es falso. Que no son especiales ni inconformistas, solo personas que no estaban informadas.
¿Qué podían hacer? ¿Se saldrían del grupo que es su red de apoyo, probablemente la única? ¿Se quedarían a debatir contra todos? Otro de los puntos que destaca Festinger en su libro es precisamente ese, el grupo es fundamental para que desaparezca la disonancia cognitiva. Para aliviarla, se tiende a convencer a cada vez más gente en una suerte de “efecto-llamada” que sigue la siguiente lógica: si mucha gente pensamos lo mismo, no podemos estar equivocados.
Creer que la Tierra es plana o que los alienígenas nos salvarán del apocalipsis quizá sea un extremo, pero lo cierto es que los sesgos nos afectan a todos, en mayor o menor medida. Si votamos un partido que hace algo mal, buscaremos justificaciones para seguir apoyando a esa formación. Si tenemos un hábito que no es sano, nos pondremos excusas para no cambiarlo. ¿Hay alguna manera de escapar de nuestras propias trampas?
¿Se puede escapar de los sesgos?
“Una de las cosas que propongo es la demora”, argumenta Nogueras, “nunca responder ni compartir inmediatamente una noticia”. “En segundo lugar, va muy bien vigilarse. Si una información te provoca una emoción intensa, probablemente está diseñada para eso. La clave aquí es descubrir que muchas veces lo que se intenta es que la procesemos de una manera menos profunda, más emocional, porque entonces prestaremos menos atención”. “Si antes de compartir algo, te das un tiempo de pensarlo, es posible que puedas empezar a ver los agujeros”.
Además, recientes investigaciones han mostrado que enseñarle a los niños sobre los sesgos “parece que tiene un efecto protector, a la hora de ayudarles a discriminar noticias falsas”, añade el divulgador. Es decir, explicar a la gente cómo funcionan las falacias “podría tener un efecto protector moderado”.
Una de las consecuencias de no contrastar la información que recibimos se ha visto hace unos días con el aumento de casos de sarampión, una enfermedad que se creía erradicada en varios países europeos y que está resurgiendo. Birmingham detectó un elevado número de contagios, lo que la localidad inglesa achaca a una baja tasa de vacunación. Al igual que ocurrió en la pandemia, existe un movimiento antivacunas que rechazan estos tratamientos por falsas creencias o bulos que durante años se han difundido.
Pero el rechazo a las vacunas no es esperar con panderetas y túnicas largas la llegada de seres de otros mundos en el porche de una casa. Estas decisiones pueden poner en peligro lo conseguido durante años en materia de salud pública y pueden suponer una grave amenaza para toda la población.
¿Cómo rebatir a un negacionista?
Parece que la frase “si no puedes con el enemigo, únete a él” tiene sentido cuando intentamos rebatir a un negacionista, al menos en parte. Según diferentes expertos, como Lee McIntyre (autor de Cómo hablarle a un negacionista de la ciencia) y el propio Nogueras, parece que confrontar con una persona que niega el consenso científico es contraproducente.
¿Por qué? De nuevo el psicólogo estadounidense lo explica: mostrarles evidencias lo que hará es reforzar sus ideas. Entonces, ¿qué se puede hacer? “Lo que funciona es el cuestionamiento socrático. Adoptar una actitud de interés genuino, pedirle a la persona que explique sus creencias”, cuenta Ramón Nogueras. “En vez de atacar, obligas a la persona a ver la grieta de su razonamiento”, y es ahí cuando una vez que esa grieta se ve, “ya no se puede dejar de ver”.
Si queremos que los negacionistas de la ciencia amplíen su esfera de interés, debemos estar dispuestos, en consecuencia, a ampliar también la nuestra para incluirlos a ellos
Lee McIntyre
No es una fórmula mágica, pero es un comienzo. Las creencias conforman nuestra identidad y dan sentido a quiénes somos en el mundo. Pero mantenerse en posiciones lo más escépticas y críticas posibles con ciertos planteamientos, conocer nuestros propios engaños y tener en cuenta los sesgos en los que podemos incurrir, puede ayudarnos a huir del sectarismo. Como incide Nogueras, “no hay nada más científico que cambiar de opinión”.